Feriados: Ecualizador social.

Foto de Rafael Guimarães

Hace muchos años, en Rusia y en Francia se hicieron experimentos para imponer un calendario civil desprovisto de celebraciones religiosas. La idea no es mala, considerando que vivimos en un mundo secularizado donde la religión ha causado más muertes que el hambre -dicen-.

Y a pesar de las buenas intenciones, los experimentos han fallado. Pero no porque la gente sea muy religiosa o que los gobiernos no tengan la fuerza para imponer un calendario, sino por un factor que suele pasar desapercibido: las personas no son máquinas.

Una máquina puede programarse para que funcione en ciclos regulares y ejecute exactamente la misma tarea año tras año. Pero sírvale usted a un grupo de personas la misma comida dos días seguidos y tendrá una revolución entre sus manos.

Los feriados y asuetos, con sus ciclos irregulares, regidos por la Luna, los solsticios, los años bisiestos y las irregularidades del calendario gregoriano propician esa variación que las personas necesitan para no volverse locos.

Hasta en los países más disciplinados existen esos días festivos que no respetan la norma del primer o cuarto domingo y el último jueves y caen “por allí” a media semana a veces, al fin de semana otras y rompen la rutina de la semana civil para recordarle al mundo que el hombre no es un robot.

Pero la función del feriado no termina con darle variedad a la vida. Para eso ya tenemos las estaciones. Los asuetos provocan que los ricos gasten y los pobres ganen, que por una vez al año el empresario se preocupe por la semana improductiva y el empleado se regodee con la holganza; en algunos casos, mientras que en otros unos hacen su agosto y otros cierran las puertas.

Si las semanas fueran siempre exactamente iguales, el enriquecimiento del rico, el empobrecimiento del pobre y la corrupción del Gobierno no tendrían fin. Con las variaciones, naturales e impuestas por la costumbre, los campos se renuevan, surgen nuevas oportunidades y cambian de mano las monedas para darle un nuevo giro a la economía.

Muchos tendrán argumentos en contra de la Semana Santa y del Halloween, pero es difícil negar la necesidad que todos tenemos de esas variaciones en el ciclo anual de la economía. Sin ellas, seríamos agua estancada.

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