Los héroes de Guatemala están muertos

Galeotti

Amo a mi país. Recientemente me enteré que la leyenda de nuestro héroe nacional, Tecún Umán, fue fabricada en los años 60 con el fin de aleccionar a los niños que podían tener ideales guerrilleros que el único indio bueno es el indio muerto. No me crean a mí, búsquenlo y verán.

Y esto me ha llevado a buscar a los demás héroes y personajes guatemaltecos que son honrados hasta la saciedad y tienen todos algo en común: Están muertos. Muchos asesinados, otros olvidados en su vejez, pero el factor que distingue al héroe chapín es haber muerto, de preferencia en circunstancias desagradables.

Pongamos de ejemplo, sin el permiso de la Iglesia, a Nuestro Señor Jesucristo. Aquí no se le celebra su vida inmortal, su resurrección y mucho menos su ejemplo de vida. Se le celebra su muerte “y una muerte de cruz”. Nos preparamos durante toda la Cuaresma para exaltar al Cristo azotado, crucificado, muerto y sepultado. Y apenas dos días más tarde, si te he visto no me acuerdo. A la procesión del Resucitado asiste el cura, el sacristán y un Cireneo que iba por allí y le pusieron a cargar el anda. Los demás, durmiendo la goma en casa. Los 50 días de la pascua nadie los nota, pasan de largo, sin procesiones ni bandas de música, hasta que el cirio se extingue y empezamos a preparar la siguiente cuaresma.

A nadie le importó Asturias hasta que murió, Colom Argueta fue “el mejor alcalde” después de asesinado y a doña Rigo le dieron su Nobel porque su padre murió achicharrado. ¿Alguien se acuerda de ella por algo que no sea su fracaso con las farmacias?

En otros países los héroes se celebran en vida. A los Estados Unidos regresa un “veterano” de 22 años de una guerra que no saben ni dónde fue y le llaman héroe, aunque no sepan ni qué hizo. Al presidente saliente le dedican una biblioteca, aunque haya sido un imbécil como gobernante. Invitaron a hablar en público a Margaret Thatcher y a la Madre Teresa, se le aplaude en vida a Elon Musk y a Bill Gates. Se venden como pan caliente los autógrafos de los beisbolistas en la cúspide de su carrera, reciben premios y honores al retirarse y la gente se pregunta “¿qué haría Jesús?” en lugar de preguntarse si va o no va a salir la procesión del Sepultado.

Sin duda mi pueblo tiene muchos problemas, pero quizás uno de los peores es la fascinación que tenemos con los muertos. Nadie jamás hace honores a la madre en su juventud, se la llama “vieja” aunque tenga 29 años y solo regaña y no deja hacer nada. Pero Dios guarde la señora se muere y de pronto se le añora, se le extraña y se le llevan flores.

Raras veces reniego de mi nacionalidad, pero en esto no puedo hacer otra cosa. Porque nos daña profundamente. Porque nos transmite el mensaje insano de que jamás seremos alguien en vida y que sería mejor que nos mataran porque no servimos para nada si no es de abono para la grama, para teñir de sangre un río o ponerle color al pecho de un quetzal.

No voy a cambiar esto, lo sé. Pero si hubiera alguien que leyera esto después de que yo me muera, quisiera que me recordara como alguien que celebró la vida y no la muerte. Ojalá esta persona se levante hoy, que aún puede, y le diga a sus héroes lo mucho que los admira mientras todavía pueden oírlo.

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