Ya no pidas por la paz del mundo

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Desde que tengo memoria, los cristianos de todo el mundo hemos estado pidiendo por la paz.

El hecho que la guerra jamás se ha detenido me pone a pensar en tres posibles hipótesis:

a) Dios no existe

b) Dios no escucha

c) Estamos pidiendo mal

Si cualquiera de las primeras dos fuera cierta, comamos y bebamos que mañana moriremos (1 Co 15,32). Pero si mañana no morimos, nos queda la tercera hipótesis y me gustaría examinar esa posibilidad.

Piden y no reciben porque piden mal (Santiago 4, 3). La pregunta es ¿qué estamos haciendo mal? La respuesta está frente a nuestras narices: Para que Dios detuviera la guerra, tendría que anular la voluntad humana y eso es algo que Él nunca hace, sin importar cuánto daño seamos capaces de provocarnos a nosotros mismos.

Podremos pedirle, quizás, que nos libre de los peores embates de la guerra, que no nos deje caer en la tentación de pelearnos con el vecino que pone la música demasiado alta, podemos pedirle que nos perdone como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; pero pedirle que intervenga en la voluntad de todos y cada uno de los que quieren destruirse mutuamente, es algo que no va a pasar, porque si fuera a pasar ya habría pasado.

Entonces permítanme, cristianos de todo el mundo y fieles de cualquier otra religión que venera la paz cual presea, desligarme de la oración mundial por la paz. Si Dios no pide imposibles, yo tampoco. No me gusta la guerra, pero no la inicié yo ni soy yo el llamado a detenerla. Pido al Altísimo que no me falte el pan de cada día, aunque los barcos con trigo no puedan salir de Ucrania. Pido que, si es posible, no estalle una bomba nuclear en mi vecindario.

Pero paz, no pido más.

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