La búsqueda de la verdad
Antes hablaba de la importancia de decir la verdad en los anuncios, y la pregunta obligada es ¿qué es la verdad?
En un ambiente mucho más filosófico, la Iglesia, esta pregunta se responde por dos vías: la verdad revelada, que nos dice cuál es el fin último de la humanidad, y la razón, que nos habla de las realidades concretas y palpables. Entre ambas hay un abismo enorme que sólo puede ser cruzado, según la Iglesia, con nuestra muerte y resurrección. Para usos prácticos de la razón, no hay manera de saberlo, porque nadie más que Cristo ha vuelto de la muerte para decir qué pasó allá, y Él regresó con el mismo mensaje de la verdad que ya había revelado con anterioridad.
En un ambiente publicitario, existe también la verdad revelada por el anunciante, que aquí hace las veces de dios; y la razón de la realidad del consumidor. Entre ambas existe un abismo que sólo puede ser cruzado con la compra y experiencia del producto.
Y allí surge la gran diferencia entre la Verdad con mayúscula y la verdad simple de los productos que anunciamos, porque en nuestro caso sí existen personas que han regresado de la experiencia de comprar el producto y decir si lo que nos afirmaba el anunciante era cierto.
Entonces, la búsqueda de la verdad en publicidad no es tan incómoda ni radical como la búsqueda de la Verdad universal. Basta con que la experiencia coincida con la ciencia; que el comprador del producto pueda testimoniar con certeza que lo que le ofreció el anuncio era cierto. Más o menos lo que hace Cristo para los creyentes. Consiga usted eso, y tendrá en sus manos tres mil millones de seguidores, el mayor best seller de la historia y gente dispuesta a matar y morir por su producto, entregándole todos sus bienes en el proceso.
Se mira rentable, ¿no es cierto?