¿Entendimos mal a San Juan de la Cruz?

Es sabido que San Juan de la Cruz acuñó el concepto de “la noche oscura del alma”, pero habló muy poco al respecto. Más tarde los comentaristas han divulgado la idea de que la noche oscura del alma es un período de sequedad espiritual que sufren todos los santos antes de alcanzar la santidad.

No soy yo quién para decir que los que estudian no saben, pero habiendo vivido ese trance los últimos dos o tres años, me preguntaba, ¿es eso realmente?

Entonces me fui a la fuente primigenia del concepto, a las palabras de San Juan de la Cruz y ¡oh sorpresa la mía!, el poema no es ninguna canción desesperada, sino una exaltación al amor infinito de la criatura por su Creador, en la que repite varias veces que su alma está sosegada.

¿No es esto lo opuesto a lo que nos han dicho? Juan no se angustia, camina en el valle de las sombras sin temor, porque sabe que va a reunirse con el Amado. Sin embargo, la santa madre Teresa de Calcula sufrió “la noche oscura del alma” durante casi 50 años. ¿Somos incoherentes?

Pienso que no.

Creo que interpretamos mal la “noche” como un hecho angustiante (que lo es) y la angustia que sentimos (que la sentimos) confundiéndola con un abandono de Dios, cuando la realidad (podría ser) que es un abandono del mundo.

Trataré de explicarme.

Desde que nacemos, venimos sufriendo con ansia la necesidad angustiosa de obtener cosas. El pecho de la madre, el pañal limpio, el juguete brillante; y en el curso de la vida los pechos y los juguetes se van haciendo cada vez más grandes y “necesarios”, para obtener nuestra felicidad. Hasta allí todo normal para una persona normal. Nada que objetar, Dios no ha dicho que sea malo progresar en la vida ni hacer el amor con la esposa.

Sin embargo existe (quisiera decir “existimos”) una raza especial de hombres que hemos decidido salir del mundo por la puerta grande, por la vía de la santidad. ¡Oh error, oh angustia! No le pides a Dios nada menos que la santidad. Podías haberle pedido la dominación de los reinos de la tierra, que las piedras se volvieran panes; pero en lugar de eso le pides sencillamente “ser santo”.

Y Dios, en su infinita sabiduría y misericordia, te lo concede. Pero no te da la salida fácil de Santo Domingo Savio, morir antes de cumplir los 15 y salir volando en alas de querubines al cielo. No te devora un león en el circo romano ni te cortan la cabeza por decirle a Herodes que no se arrejunte con su cuñada. Manda su Divina Majestad que te quedes aquí, en lo que te acostumbras a las maravillas del cielo. Tómate esa.

Y claro, como salir directo del concierto de Maluma a tocar arpa sobre las nubes sería muy violento, viene el Jefe y te empieza a quitar lo que te va sobrando. El dinero y los hijos, como hizo con Job, la orden religiosa, como hizo con San Francisco de Asís; la salud, que también a Dominguito Savio le tocó su parte… Poquito a poco te va dejando en trapos de cucaracha, dice Él, por amor. Y hay que creerle porque Él es Amor.

Hasta allí todo muy bien, “que al cabo ni quería” diría el Chavo del Ocho. Pues yo nací para la pobreza, castidad y obediencia, no tener de aquéllo ni de aquellito no me afecta, ¿verdad?

Pero bien que sí.

Según se te van desapareciendo las cosas, te entra el síndrome de abstinencia, pero al revés. ¿Cómo así? Pues igual como después de una noche de farra te dan ganas de la otra cerveza, en la abstinencia que manda Dios, la cerveza te da asco. ¡Qué lindo sería si lo entendieras! Pero tu cuerpo todo lo interpreta mal y dice “no quiero una sino seis” . Y Dios que todo lo sabe te dice “ni una ni ninguna”. “Ah, que Dios tan malo”, refunfuñas. Me las quita y no me las quiere dar. Hago berrinche. “Pues bueno, no interfiero con tu libre albedrío, toma”. “Ahora ya no quiero”. “Ya sabía”.

Y esa es, creo yo, la noche oscura de San Juan de la Cruz.

Has decidido ir con Dios, Dios ha aceptado recibirte y ya nada del mundo te hace feliz. “Muero porque no muero” decía Santa Teresa. Es noche sosegada, porque es como ese momento en que has salido del trabajo, ya te tragaste todo el tráfico, ya viste tus series favoritas en Netflix, ya cenaste, ya no te queda nada más que echarte y dormir. Cero angustias, cero dolores, sólo estar con el Amado y estar en paz. Eso es lo que dijo San Juan de la Cruz.

¿De dónde viene entonces la angustia de la Madre Teresa, por qué San Francisco se volvió un gruñón amargado, por que Cristo mismo grita “Elí, Elí, lama sabactaní”?

Porque no entendemos que Dios nos ha entrenado para aborrecer el mundo y sólo satisfacernos con hacer Su voluntad.

¿Qué tal si Cristo le hubiera agarrado tanto gusto al mundo que hubiera decidido que no iba a morir si no se iba a quedar paseando por Galilea haciendo milagros? ¿Y si Domingo Savio hubiera encontrado novia y anduviera por allí agarradito de la mano? ¿Andaría todavía Francisco en su Porcíncula pidiéndole favores al Papa de turno? Tal vez no sería tan feo, pero un poco raro sí.

Dios nos manda esa apatía, ese desprendimiento, esa “angustia”; no porque no nos quiera, cosa que es imposible para El, sino porque nos ama tanto que no quiere que al irnos de aquí estemos extrañando el Nintendo y el móvil.

¿Hay solución? Clarísima como el agua que surgió del costado de Cristo: Aceptar que lo único que nos puede hacer felices es cumplir Su voluntad.

Ha estado frente a nosotros todo el tiempo y no la hemos visto. Pero no te culpes, que si a Cristo siendo Dios le costó un segundo entenderlo, para nosotros entenderlo en mil años sería un logro asombroso. Ese “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” te llegará, si Dios quiere, en su debido momento. Por ahora confórmate con saber que ninguna riqueza, ningún logro, ningún reconocimiento humano te podrá satisfacer. Te angustiará no tener comida, porque ninguna cantidad de comida podrá saciarte. Te angustiará no ver resultados de tus obras, porque ninguna obra será lo suficientemente grande. Te angustiará no poder seguir hablando en el balcón, te angustiará no poder alimentar un pobre más, te angustiará todo hasta que entiendas que tu único objetivo en esta vida y la otra es hacer Su voluntad.

No quiero llevármelas de santo y estoy convencido que nunca verán una estatua mía en un altar, pero creo que le he encontrado el truco a Dios. Soy un pedante y diré que me llevó 47 años menos que a la Madre Teresa (posiblemente gracias a su intercesión, no les quepa duda que si ella lo sabe, estará feliz de saberlo). El ha dicho “sólo Yo te puedo hacer feliz” (sólo Yooo… sólo Yo…).

Hace unos diez años fui objeto de un milagro. Lo he contado varias veces. Fui a confesarme, con un sacerdote que no me conocía de nada; y después del típico relato de mis pecados me dijo “David: Tú que trabajas en comunicación, tu penitencia será traer más personas a la confesión”. Insisto que el cura no me conocía entonces ni me conoce ahora. Jamás le dije mi nombre ni a qué me dedicaba. De entonces para ahora, después de muchas peripecias y de cuatro años de desempleo, después de muchas horas frente al Santísimo y después de leer algunas cosas de San Josemaría, he llegado a entender (miren qué listo soy) que a Dios no le molesta mucho que yo sea publicista. Así, muy muy disgustado no se le mira. Quizás hasta le mola un poco lo de los jingles y los bocetos, no sé, entre tanto querubín y planeta de colores, quizás tiene un gustillo por hablar en público, miren ustedes por dónde.

Y hoy, 23 de enero de 2018, este gusano infecto que les escribe ha descubierto que a Dios le place que yo haga mi trabajo “haciendo su voluntad”. ¡Ay Dios mío! dirían los huitecos, este ya se nos volvió pastor. Pues vieran que no. Dios no manda leer citas bíblicas en las plazas, Dios manda “servir al projimo”. ¿Y quién es el prójimo? Le preguntaron y entre parábolas el Colocho dijo “el que tienes más cerca, bobo”.

Hoy me he pasado el día más feliz de muchos años, sirviendo a mi compañero de la oficina de al lado, que da la casualidad que es mi jefe.

¿Sirviéndolo cómo? Haciendo lo que mejor sé hacer. Dios no me mandó tocar arpa, no me dijo que bailara charleston. Me mandó hacer lo que sé hacer. Eso hizo a través de aquél cura y eso hizo Él por mí hoy. Mi noche oscura no se ha terminado, por el contrario, apenas va comenzando. En esta noche de hoy, descanso más rico que si estuviera en un cajón, sabiendo que la felicidad está al alcance de mi mano cuando la quiera encontrar. La encuentro sirviendo con lo que sé servir. ¿No es eso lo que siempre nos han pedido?

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