Dos se vuelven uno

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Entre tantas cosas incomprendidas de la institución del matrimonio, está creer que para que dos sean uno tienen que pensar y hacer ambos lo mismo. Es un error y el ejemplo lo tenemos clarísimo en la Santísima Trinidad: Tres son uno, pero cada uno es diferente.

Comprender el misterio de la Trinidad es imposible, pero Jesús nos da un indicio cuando dice “nadie sabe el día ni la hora, ni siquiera el Hijo, sólo el Padre”. Es muy evidente para quien quiera entenderlo, que siendo Jesús Dios, tampoco el Padre le comparte todo lo que sabe. En el matrimonio es un poco más fácil de entender: Asumir que la esposa debe saber todo lo que hace el esposo y viceversa, es un error. Aunque ambos sean uno y si usted quiere, compartan responsabilidades familiares, no es correcto que ambos se conviertan en una masa informe donde ya no hay dos sino la mitad de uno.

Mi esposa y yo vivimos vidas muy separadas. Ella tiene su negocio, yo el mío; ella se encarga primariamente de dos niños, yo de dos mayores; mantenemos nuestra independencia y eso no impide en lo más mínimo que nos pongamos de acuerdo hasta sin palabras. Al contrario, combinando nuestras fortalezas tenemos una de las familias más firmes de las que yo haya tenido noticia.

Una de las cosas más terribles que puede sufrir un hijo, es encontrarse con padres que se han confabulado en su contra. Algo que suele conocerse como “paternidad responsable”. Los educadores insisten en que ambos padres se pongan de acuerdo para regañar a los hijos con las mismas palabras, impongan los mismos castigos y en general, formen un frente unido para someter a los niños y sobre todo a los adolescentes. ¿Qué resultado hemos logrado con eso? Adolescentes rebeldes que se niegan a aceptar lo que los papás les dicen, porque solo les cuentan un lado de la historia.

Mi esposa y yo jamás nos hemos puesto de acuerdo en la disciplina de los hijos. Nunca. Ella cree una cosa y yo creo otra y actuamos en consecuencia. ¿Usted cree que nuestros hijos se confunden? ¡Todo lo contrario! Además de divertirse, ellos han aprendido que en toda situación hay por lo menos dos puntos de vista y que mientras no se violen los principios fundamentales hay flexibilidad para hacer las cosas de un modo y de otro.

Yo no le puedo asegurar que nuestro matrimonio sea el mejor del mundo. Pero tenemos cuatro hijos seguros, educados, responsables y felices que dicen que no lo hacemos nada mal. Seguimos siendo dos, aunque seamos uno.

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