¿Por qué los chapines pedimos las cosas de regalado?

Foto de Clem Onojeghuo

Y siempre las terminamos pagando

A los extranjeros y no a pocos nacionales, les causa ruido escuchar a un chapín pedir “regáleme tal y tal cosa” en la tienda, para luego pagar su compra como si nada. ¿De dónde viene esa costumbre?

Como muchas cosas que hacemos, este hábito viene de la Iglesia. Se nos enseña que los dones de Dios son “Deo gratia”, gratuitos, imposibles de pagar ni con dinero ni con obras. Sobrarán los incrédulos que dirán que nosotros “compramos misas” o “vendemos indulgencias”, pero eso es completamente falso. Es imposible comprar una Misa, no se puede vender una indulgencia, un perdón ni un milagro. Tan sólo intentarlo se considera pecado grave, severamente castigado. Hechos 8, 20

Cuando nosotros compramos algo -o al menos, antes lo hacíamos- solicitamos que por favor, de gracia, sin interés de ninguna clase, el comerciante se digne a proporcionarnos este servicio que es impagable.

Hoy día estamos muy acostumbrados a ponerle precio a todo, incluso a la vida misma, pero en el fondo todos sabemos que el buen modo con el que el chino nos atiende en su tienda es invaluable. La mayoría de comerciantes son lo suficientemente nobles para no negarle el servicio a nadie, pero si usted se porta como un patán, podría verse en una situación en la que nadie le quiere vender nada, a ningún precio. O más comúnmente, se verá pagando de más como forma de venganza en su contra.

Y aquí está una lección que deberíamos aplicar en nuestro mundo moderno y material: El servicio no tiene precio.

Ciertamente usted puede cuantificar su planilla de atención al cliente y ponerle un precio en horas-hombre al tiempo dedicado a cada cuenta. Pero eso no pasa de ser un producto y si usted se toma la molestia de escuchar las quejas que tienen todos los que atienden al público, se dará cuenta que no hay dinero que pague lo que un cajero de supermercado tiene que soportar.

Si usted tiene empleados dedicados al servicio, tome en cuenta que lo que les paga únicamente cubre -muchas veces parcialmente- sus necesidades vitales. El buen modo y las ganas de atender a sus clientes son un regalo que ellos otorgan sin compensación alguna, porque sería imposible pagárselos. Si no me cree, intente convertir a un empleado disgustado en uno dispuesto a servir a fuerza de dinero. No podrá. En el mejor de los casos conseguirá un gran actor, pero nunca un auténtico servidor.

Y si usted se acerca a un comercio en Guatemala y es atendido por un empleado, no tenga pena de pedirle que le regale un momento de su atención. Es cierto: al empleado le pagan por estar allí. Pero ningún dinero puede pagar su auténtico deseo de servirle.

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