Méri Crísmas y feliz año

Foto de Jonathan Borba

Cada año viene la misma cantaleta. Que si el verdadero sentido de la Navidad, que si el árbol versus el nacimiento, que si el ponche versus el eggnog, el caso es que nadie está nunca contento con la forma en que el vecino celebra las fiestas: si quema pólvora que está contaminando, si no la quema es un tacaño amargado, si pone chiribisco atenta contra el ambiente y si compra arbolito es un malinche.

Aunque debería decir que esa diatriba es parte también de nuestra cultura, me inclino más por que nuestra cultura siempre ha sido así, sincrética. Desde nuestros ancestros españoles invadidos por segismundo y medio mundo en la península hasta nuestros abuelos mayas que dieron la bienvenida al intrépido invasor, nuestro pueblo siempre ha adoptado las costumbres ajenas con una facilidad pasmosa.

Yo creo que eso es bueno, pero más allá de mi humilde opinión, lo importante es que ES. Simplemente así ES. Y cuando se trata de hacer publicidad -ya salió el peine-, uno no puede andar queriendo que las cosas sean como no son. Claro que la publicidad anda buscando modificar la conducta, pero honestamente, ¿qué tanto puede cambiar la cultura de un pueblo con una página de prensa?

Nueve de cada diez pericos saben exactamente para qué sirve una página de prensa al día siguiente.

Para un anunciante es más productivo subirse a la carreta de Santa Clós que pretender revivir los rituales del baktún o como quiera que se haya celebrado el mes más lindo del año en la época precolombina. Por supuesto que el anunciante puede incluir su agenda política en su anuncio, pero tiene que saber de antemano que va luchando contra la corriente.

Exactamente igual que mi vecina que sigue afirmando que eso del árbol son cosas del demoño.

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