¡Qué maravilla estoy viendo!
El título de éste artículo fueron las últimas palabras en la tierra de santo Domingo Savio, a quien considero un poco más que mi ángel guardián. El día que a mí me toque partir de este mundo, nada me agradaría más que me recordaran así y no con tristeza.
Ayer falleció el padre de un amigo mío e inevitablemente nuestro mundo se ha trastornado, a pesar de que nunca lo conocí. Es natural, la muerte de alguien nos hace reevaluar nuestras prioridades, cambia nuestras agendas y nos obliga a seguir adelante “con una pata menos”, pero eso no significa que tenga que ser un acontecimiento triste o traumatizante.
Domingo fue llamado a la presencia del Señor, según creemos, para cumplir su más ferviente deseo: morir antes que pecar. Para mí ya es tarde para eso, pero confío en la misericordia infinita del Señor para estar en ese momento viendo maravillas.
Por mi entrenamiento en manejo de estadísticas tengo una idea bastante aproximada de cuándo me tocará salir de este mundo, así que ceteris paribus no creo que me tome de sorpresa, dudo mucho que deje algo pendiente y seguramente no habrá nadie a quien le haga falta decirme algo y mucho menos pedirme perdón por nada.
Así que si hay alguien por allí tomando café y comiendo sandwichitos en mi funeral, haga de cuenta que estas son mis últimas palabras. Yo estoy contento, estoy satisfecho y me siento muy bien. Estoy en casa, con gente que me quiere aunque no me conozca, viendo maravillas. No les voy a decir que estén contentos, porque no es normal que alguien se alegre de que otro se muera, pero no sufran si se les sale una sonrisa, no se lamenten de seguir con sus vidas, de volver a sus preocupaciones ni de jugar con sus hijos. Yo estoy bien, lo mejor que podría pasarme ya me pasó, sigan adelante.